¿Hola cómo están? Espero que bien, especialmente en este momento tan difícil que nos toca vivir a causa de la pandemia mundial que estamos atravesando, las consecuencias económicas y el exceso de costo psíquico que provoca el aislamiento social.
Desde el momento que se decidió la suspensión de las actividades, los profesionales de la salud y de la educación comenzamos a construir modelos de asistencia terapéutica y educativa de emergencia. En este contexto tan complejo, la tecnología, a través de diferentes formas de conectividad, surgió como único modo para enseñar, mantener los vínculos o para iniciar algunos nuevos. Pero este no fue el único desafío también había que generar a través de lo virtual contextos de disfrute, juego y aprendizaje a través de la fría suavidad de la superficie de la pantalla.
Desde que me comprometí a trabajar como terapeuta de niños con autismo, yo estaba acostumbrada a enfrentar desafíos, especialmente porque los avances técnicos y conceptuales sobre el tema no brindaban muchas de las respuestas que necesitamos. Como parte de mis exploraciones vinculadas a las condiciones del espectro autista, publiqué dos libros, “Soledades. Las raíces intersubjetivas del autismo” (2010) Editorial Paidós y “Encuentros con un niño ¿autista? Seis pétalos para una terapeuta” (2020) Lugar Editorial. En ambos textos analizo cómo es posible transformar las peculiares formas de expresión de los niños con autismo en experiencias de comunicación, potenciando el desarrollo del lenguaje, pensamiento y sus aprendizajes.
En “Encuentros con un niño ¿autista? “profundizo en otros interrogantes: ¿Qué puede gestar un encuentro terapéutico, cuando se incorpora la propia subjetividad del terapeuta? ¿Por qué los niños oponen tanta resistencia a mis intentos de convocarlo? ¿Acaso no contamos con los recursos suficientes para lograr que los chicos se interesen por nosotros? ¿Qué era lo que yo percibo en los niños con autismo por fuera del encuadre de las teorías consagradas? ¿Por qué sus vivencias son tan difíciles de representar? ¿Acaso carecen de cualquier elemento propio de la esencia humana?
Para que podamos continuar reflexionando sobre el trabajo clínico con niños pre y en cuarentena, voy a narrar algunos fragmentos de tratamiento llevados a cabo en forma presencial y luego virtualmente.
En una de las primeras entrevistas con la madre de Tomi, un niño de dos años, efectuadas en forma presencial, ella me dijo acongojada:
” Recuerdo que a los doce meses dejó de pronunciar “mamá” y “papá”. Desviaba la mirada cuando nos acercábamos a él, parecía no escuchar, se ponía rígido y lloraba cuando lo levantábamos en brazos“. “Como no encontrábamos un modo de dormirlo, con mi marido lo dejábamos solo en la cuna. Ahí se entretenía mirando cómo giraba el móvil.” “No mostraba interés por jugar entonces lo dejábamos que haga lo que quiera”. “Por momentos parecía no escucharnos. No vernos…nos sentíamos invisibles…” “Recorrimos muchos especialistas, finalmente, nos dijeron que tenía condiciones del espectro autista, por eso quizá nunca nos comprenda…porque el problema es orgánico y no tiene cura.” Casi al final de la entrevista dijo rompiendo en llanto: “Y yo me sentía muy sola…”
Entonces me pregunto:
¿Qué podemos conjeturar acerca de que Tomi deja de hablar? ¿Será por su condición de autismo? ¿Cuánto de la ausencia de comunicación puede ser porque los padres se sienten poco motivados a hablarle, a causa de que él no les responde? En ese momento para el tratamiento de Tomi y su familia propuse un abordaje vincular. Desde las primeras sesiones conjuntas, de Tomi y su papá, advierto que el único modo en que el padre obtiene alguna respuesta de su hijo, es a través de un tipo específico de encuentro corporal. Abrazados, balanceándose rítmicamente se patean de manera recíproca y mutua, y en el fragor de sus movimientos parecen confundirse en un solo cuerpo. Movimientos de tensiones y distensiones corporales que evocan aquellos que despliegan los animales con sus crías, motivo por el cual denominé esta acción lúdica como “del cachorreo”.
La presencia de este tipo de encuentro entre ellos me ubica, en un principio, como espectadora: así detecto que, por la gran intensidad y frecuencia con que ambos mueven sus piernas, los movimientos acaban por transformarse en verdaderas patadas que parecen no tener fin. También se enrojecen las mejillas de ambos, como a punto de transpirar. Así, fundidos en uno solo, no puedo casi percibir si es el niño o el padre el que no puede dejar de patear al otro, es decir de responderle en forma mimética.
Entonces me incluyo en esas escenas lúdicas. Pretendía construir alguna diferencia que posibilitara la apertura de la imaginación, la simbolización. De ese modo, fueron recibiendo el aporte de mis fantasías: éramos perros, tigres o gatos que aparecían, desaparecían, gruñían. Envuelvo mis movimientos con palabras que revelan los estados de ánimo que me provocan las acciones desplegadas entre todos. El expreso de la siguiente manera: “me gusta”, “me molesta”, “me duele”, “te quiero”. Lo compartido dejan de ser sólo sensaciones corporales y éstas se transforman en representaciones mentales. Luego el padre, también comienza a aportar posibles sentidos, ofertando su propia dramática, favoreciendo intercambios de influencia mutua, de mucho entonamiento afectivo. Un día, Tomi detiene sus movimientos y lo mira por primera vez a los ojos, luego, con la mirada sostenida lo convoca a seguir jugando. Entonces noto mucha emoción en el padre. Cuando le pregunto los motivos de su bienestar, me contesta: “Viste…, ya no jugamos solos…. Ya jugamos juntos…”
En estos tiempos de cuarentena, mientras revisaba los avances del tratamiento de Tomi para compartirlos con ustedes, me pregunté:
¿Es posible de realizar a través de la virtualidad la modalidad de abordaje terapéutico que realicé con Tomi? ¿Cómo voy a promover encuentros transformadores, así… a la distancia…? ¿Cómo fortalecer un acercamiento afectivo? ¿Cómo es pensar estrategias clínicas cuando las coordenadas de tiempo y espacio están alteradas?
No pasaron muchos días de esas reflexiones, cuando Juan, un nene de 5 años con condiciones del espectro autista, que actualmente atiendo en forma virtual, me sorprende con su manera de convocarme a jugar. Entiendo que quizá el niño me está dando una llave psíquica que abre experiencias entre nosotros y que permite seguir explorando el trabajo a distancia con niños.
Juan es muy activo, no establece contacto ocular, posee muy poco lenguaje con intensión comunicativa, corre casi todo el tiempo sin un sentido aparente, se abstrae armando rompecabezas. Ya llevábamos un año de tratamiento presencial, cuando tuvimos abruptamente que interrumpir nuestros encuentros.
Tengo que admitir que para mí es un desafío atender niños en forma virtual, sin embargo, no dejo de asombrarme con los modos comunicacionales que se generan a través de la pantalla y los encuentros simbolizantes que se producen.
Les comentaba de Juan. Un día, él estaba sentado en el piso del living de su casa construyendo una torre con cubos de cartón. Lo hacía en forma veloz y antes de acabarla, la destruía con una patada.
¡Qué distinto me hubiese sentido si yo hubiera tenido la posibilidad de acercarme físicamente y así imprimirle a sus acciones un sentido compartido! Sin embargo, el límite de la pantalla me lo impedía. Aún así, sentada en la silla frente a la computadora intento algún tipo de acercamiento. Entonces, desplegué la potencia y la vitalidad de mi cuerpo y me animé a reproducir el armado de su torre a través de gesticulaciones y movimientos corporales.
Incliné mi torso y a través de gestos ascendentes de manos, me elevaba lentamente hasta que Juan concluía la torre. Así, al ritmo que yo pronunciaba la palabra “sube”, “sube”, Juan colocaba un cubo sobre el otro, pero esta vez esperando mi anuncio para agregar el siguiente…
Luego, le sugerí que agarre un muñeco/jirafa que estaba a su lado, le insinué que la haga trepar por la pared de cubos. Entonces, tomó la jirafa y buscó mi mirada a través de la pantalla. Parecía querer asegurarse que yo estaría allí, esperándolo, para que él pueda iniciar la escalada de la jirafa.
Así, luego de subir un escalón, me volvía a mirar a los ojos demandando el permiso para continuar el juego, anudando en esa escena, palabras, gestos, construyendo una frágil continuidad en el tiempo. De todos modos, presentí que la actividad de imaginación se estaba poniendo en movimiento.
“Fue mi mejor regalo del día del padre”, me dijo su papá emocionado. “Nunca lo vi mirar a nadie así. Así nunca lo vi…..”
Al considerar esta ideas recordé que Juan, con tantas dificultades en establecer lazos sociales y pocos recursos para expresarse a través de la palabra, luego de la primera semana de la cuarentena, a la mañana se vestía, organizaba su mochila del jardín , sacaba de la cartera de la madre la llave del auto y se paraba en la puerta tironeando de la madre para salir. En otro momento del día, salía al balcón a gritar: ¡Sofía!!
Sofía es el nombre de una compañera de jardín. ¿Cómo entender en estos escenarios su diagnóstico de autista?
Estos pensamientos me llevaron a otros, especialmente al relato de la madre de Raúl, un niño de 4 años, con poco lenguaje al servicio de la comunicación. Ella me refiere que cuando el niño pasa caminando frente a la computadora, entona la música y pronuncia palabras de la canción que cantamos y dramatizamos al comenzar cada sesión , llevada a cabo en forma virtual.
Muchas veces la mamá de Raúl me llamó por fuera de su horario para que le anticipe la sesión, porque el niño, que no solía usar las palabras que conocía en función comunicativa, se quedaba parado frente a la computadora cantando la canción “del avión” a la espera que la madre encienda la máquina para que podamos encontrarnos. Ella intuía que él quería comunicarse conmigo y yo, si estaba dentro de mis posibilidades, me contactaba a la computadora, respondiendo su incipiente deseo de estar con otro. Advertí que ese es uno de los “permisos” que me podía dar mientras iba construyendo junto a él un encuadre terapéutico que atienda a sus necesidades. También me di cuenta que estábamos tejiendo otro tipo de experiencias compartidas, y que valía la pena explorarlas.
Un día comenzamos la sesión con la canción “del avión”. La madre tenía preparado aviones de juguete frente a su hijo. Al inicio, sostengo en cada mano un avión de juguete. Del otro lado de la pantalla, la madre y Raúl, cada uno sostiene un avión entre sus dedos. Cantamos entre todos. Las verbalizaciones del niño son cada vez más consistentes, las palabras más claras, las frases más extensas.
Por momentos, me balanceo al compás de la música y ellos lo hacen a su ritmo. Les propongo a través de palabras y movimientos que el avión se eleva y desciende, entonces la madre mientras dramatiza esas escenas, se acerca y acompaña los movimientos de Raúl con su propio cuerpo.
Actualmente Raúl entona cada vez canciones más extensas, algunas veces mirando los movimientos de mi boca, aunque por momentos se distrae con los ladridos de su perrita que también se acerca a la pantalla. En otros momentos soy yo la que me distraigo escuchando a la empleada que colabora con las tareas de su casa, señalándome alborotada: “ Escuchá!…dijo…. ¡Hola!!…dijo ¡hola!!…. como respuesta a un saludo mío.
Pareciera que entre todos estamos hilvanando las palabras, los retazos de canciones, saludos, toda esa información que mucha de las veces llega entrecortada a causa de las fluctuaciones en la conectividad, o con delay respecto de los gestos.
Así, entre todos, inauguramos como una especie de nueva experiencia de existir junto a otros. Mientras tanto, Raúl cada vez sostiene por más tiempos nuestros encuentros virtuales y también y su mirada, cuando la mamá le habla.
De acuerdo a mi experiencia y a la de otros colegas, cada vez estoy más convencida vale la pena animarse a construir nuevas formas de encuentro sin quedar cautivos en los temores o prejuicios ideológicos que suelen que configuran nuestro pensamiento profesional. Porque cuando los intercambios virtuales están implementados con profesionalismo, permiten reinventar los espacios de intercambio y son potenciadores de la comunicación.
Los saludo con un fuerte abrazo (virtual) y con el deseo de que podamos seguir tejiendo juntos experiencias enriquecedoras.
Liliana Kaufmann
Doctora en Psicología. Post grado en Autismo y Trastornos del Desarrollo. Lic. en Psicopedagogía. Fonoaudióloga. Investigadora. Docente de postgrado. Autora de numerosos trabajos vinculados al autismo y de los libros “Soledades. Las raíces intersubjetivas del autismo.” Ed Paidós. “Encuentros con un niño ¿autista?. Seis pétalos para una terapeuta.” Ed. Lugar (2020)
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